Como tal, el sistema nervioso no es una masa homogénea, y las distintas partes que en él pueden identificarse asumen, cada una de ellas, una función particular. Las dos divisiones principales del sistema nervioso se refieren, concretamente, al sistema nervioso central y al sistema nervioso periférico. La centralización de las informaciones, su síntesis y la elaboración de los mensajes efectores se hace a nivel del sistema nervioso central (SNC). Éste comprende, a su vez, el encéfalo y la médula espinal. El encéfalo está contenido por la caja craneana, y la médula espinal, por el canal raquídeo, constituido, a su vez, por la superposición de las vértebras. Numerosos niveles de integración y de control se distinguen en el SNC. El encéfalo es la principal área integradora del sistema nervioso. En él son elaborados los recuerdos, concebidas las ideas, generadas las emociones, planificados los movimientos, razonadas múltiples cuestiones, resueltos numerosos problemas y realizadas otras funciones relacionadas con nuestro psiquismo y el complejo control de las complicadas y heterogéneas actividades de nuestro organismo. Por su parte, la médula espinal está al servicio de dos grandes funciones: en primer lugar, sirve como conductor de todo un conjunto de datos desde el cerebro y hacia éste a través de vías nerviosas, y, en segundo lugar, sirve como área integradora para la coordinación de actividades nerviosas no mediatizadas por el cerebro, tales como los reflejos, que precisamente estudiaremos posteriormente, y que tienen relación directa con la problemática de la flexibilidad y las técnicas para su entrenamiento.

 

Di Santo, M. (2012). Amplitud de movimiento (pp. 374-375), Barcelona, Ed. Paidotribo.

 

 

 

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