NIÑEZ Y AMPLITUD DE MOVIMIENTO
La capacidad para soportar cargas de entrenamiento por parte de los distintos tejidos del organismo varía a lo largo de los años. Músculos, cartílagos, cápsulas articulares, ligamentos, tendones, fascias, etc. no son susceptibles de ser deformados con igual intensidad en cualquier edad de la vida. Existen etapas en las cuales la fragilidad de estos tejidos es considerable, y, consecuentemente, las precauciones deben extremarse. Tampoco las respuestas y adaptaciones al entrenamiento de la flexibilidad son indiscriminadas a lo largo de la vida de una persona. En este sentido, existen períodos en que la entrenabilidad de esta capacidad es óptima y su desaprovechamiento, por lo general frecuente, constituye un grave descuido. A esta etapa se la suele denominar período crítico o fase sensible del desarrollo de la flexibilidad. Algunos autores piensan que cada capacidad motora tiene el suyo. No obstante, otros interpretan que la noción de fase sensible es imprecisa y que la investigación científica no respalda la existencia de tales períodos críticos para el desarrollo de las diferentes capacidades humanas. Por nuestra parte, creemos que la flexibilidad tiene el suyo. Precisamente, podemos definir el período crítico o fase sensible como aquella etapa de la vida en la cual los estímulos de entrenamiento aplicados gozan de una mayor probabilidad de generar adaptaciones óptimas en el menor tiempo posible. De ello no se infiere que la expresión de tal o cual variable de rendimiento sea la mejor o la mayor que un sujeto puede llegar a lograr en toda su vida. De ninguna manera. Las adaptaciones óptimas a las que aludimos se refieren específicamente a la creación de las premisas necesarias para máximos rendimientos ulteriores.
Di Santo, M. (2012). Amplitud de movimiento (pp. 832-833), Barcelona, Ed. Paidotribo.